viernes, 19 de agosto de 2011

En el Templo del Cielo


Hay un lugar en Beijing que no puede dejar de ser visitado. Por su importancia en la historia de la China imperial, por la belleza del lugar y por como ha sido incorporado, este lugar, a las tradiciones y costumbres actuales formando parte del día a día de los beijineses. 




El Templo del Cielo, construido en 1420, fue utilizado por los emperadores de las dinastias Ming y Quing para realizar sus sacrificios y ofrendas al cielo, y para elevar su oraciones pidiendo las bendiciones propiciatorias de unas ricas cosechas.


El entorno del templo muestra los mismos elementos que otros jardines y parques de la ciudad pero con un diseño y estructura radicalmente diferentes. Lagos de agua cristalina, pabellones de madera cuidadosamente decorados, largos corredores cubiertos en los que se reúnen numerosos grupos de personas para charlar, jugar o tocar instrumentos musicales forman parte del recinto del templo. 
Sorprende lo popular del lugar. Repleto, fundamentalmente, de ancianos de ambos sexos que pasan el día realizando sus actividades al aire libre. 




En una zona del parque, un nutrido grupo muestra su habilidad en el manejo de la espada, realizando con extremada precisión, estudiadas secuencias de movimientos de lo que, a buen seguro, es un arte ancestral.
En otra zona, unos ancianos muestran sus habilidades y conocimientos sobre el arte de la caligrafía china, escribiendo con enormes pinceles sobre el suelo asfaltado. Invitan a curiosos y paseantes a escribir utilizando agua para sustituir a la tinta. Un arte perecedero,... pero de gran belleza.


El templo se alza orgulloso sobre una base circular con amplias escalinatas en sus cuatro puntos cardinales.
Llama la atención su forma circular y un interior decorado con sumo detalle pero, sin duda, lo mejor de la visita es vivir y disfrutar del ambiente que allí se respira. Contemplar a sus gentes y el modo en que comparten aficiones, costumbres, tradiciones y creencias.



Al finalizar la visita al Templo del Cielo, emprendo la marcha para volver a un lugar que ayer me cautivó; la zona de Hou Hai, con sus canales, sus lagos, su tradicional calle comercial y su zona de terrazas.

No hay nada como perderse por la ciudad para descubrir nuevos lugares. De camino a Hou Hai, descubro una nueva calle que, conservando las tradiciones de la cultura china, ofrece una sucesión de pequeños comercios al estilo de la zona de Hou Hai. La actividad turística es impresionante y algunos de los hutong han sido reformados como hoteles, bares e incluso estudios de tatuaje.


Mi visita al Palacio del Príncipe Gong tendré que aplazarla a mañana ya que, entre unas cosas y otras, ya se han hecho las 16:00 horas y, tal y como me anunció ayer aquel amable camarero, las puertas de palacio están ya cerradas.

Lejos de ser un contratiempo, esto me permite volver a disfrutar de las calles de Hou Hai, de su ambiente, su gente y sus comercios.

Anochece en Hou Hai y no encuentro motivos para abandonar el lugar.


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