jueves, 18 de agosto de 2011

Calma y Meditación


Estoy en la recta final del viaje y aunque son muchos los lugares que pueden visitarse en esta gran ciudad, me inclino por seleccionar un par de sitios interesantes para tener tiempo de empaparme de la vida y el ritmo de las calles de Beijing.
Para esto he abandonado los taxis y me he sumergido en el mundo subterráneo del metro.
Las vacaciones se acaban y con ellas el dinero,.... hay que ahorrar.




Lo primero que voy a hacer hoy es visitar el Palacio Jardín de Verano y, para ello cojo el metro en la estación de Dongdan hasta su parada en Xidan, donde hago transbordo para coger otra línea que me lleve a Beigongmen. A pocos metros de la estación de Beigongmen, se encuentra la entrada al Palacio Jardín de Verano. Una multitud de personas se encaminan en mi misma dirección, sorteando decenas de vendedores de fruta que exponen su mercancia en el suelo o sobre sus bicicletas.

La entrada cuesta 60 Yuanes, unos 7 euros.


El lugar es enorme. dominado por un inmenso lago en el que, grandes barcos con casco en forma de dragón, surcan sus aguas transportando a lomos a numerosos turistas locales. La población china acude en masa a los parques y jardines para pasar el día, jugar, hacer deporte o comer.
Grupos más o menos numerosos se reúnen para aprender a bailar o para hacer gimnasia, todos juntos, al ritmo de la música. Otros optan por hacer Tai Chi o tocar algún instrumento musical. Los más ágiles hacen estiramientos o juegan a pasarse con el pie una pluma (juego local muy popular en el país).



Paseando por sinuosos senderos que se abren camino entre la espesa vegetación, se descubren árboles centenarios, espectaculares decorados naturales hechos con bonsais y rocas de formas caprichosas, lagos cubiertos de nenúfares o flores de loto y pequeños y grandes miradores que muestran la belleza y espectacularidad de la arquitectura clásica china, armonizando a la perfección con entornos naturales creados artificialmente para deleite de un emperador, príncipe o alto cargo imperial.
Un pequeño puente deliciosamente labrado en piedra y precedido por bellísimas puertas de madera elevándose al cielo, nos ofrece una impresionante vista del enorme Lago Kunming, morada de dragones.


Grandes corredores y galerías construidas con vigas de madera bellamente decoradas, proporcionan sombra  y un lugar de reunión al aire libre.
Llama poderosamente la atención, un precioso edificio de tres plantas con la forma de un barco de vapor que quiere lanzarse a navegar. El conocido Barco de Marmol cuenta con una estructura de madera pintada a imitación del mármol. 


La superficie de estos jardines es brutal pudiendo invertir todo un día en visitarlo, lo que me obliga a seleccionar aquello que pueda ser más interesante o atractivo; la Colina de la Longevidad, la hermosa Calle de Suzhou y el Pabellón de Bronce.


Sin perder tiempo, me voy en metro en dirección a Yonghe Gong para visitar el Templo de los Lamas. Desde la salida del metro hasta la entrada al templo debo caminar un buen trecho bajo un sol castigador y un calor sofocante. El paseo me da la oportunidad de mezclarme entre la gente y transitar por calles y callejas tomando el pulso de una ciudad vibrante como pocas. En las proximidades del templo, decenas de pequeñas tiendecitas venden multitud de artículos religiosos que me van introduciendo en el mundo del budismo invitando a la calma y la meditación.


Al comprar el ticket de entrada al templo me llevo una grata sorpresa. Este ticket no es un simple billete, se trata de un pequeño CD que aun no se que contiene. 


Como de costumbre, arcos y puertas de madera deliciosamente decorados dan acceso al recinto. Vegetación a uno y otro lado y un intenso, pero agradable, aroma a incienso que todo lo inunda.

El templo es espectacular y de extrema belleza. Solo le encuentro una pega,... no esta permitido fotografiar en el interior de los pabellones ni  a las imágenes que en ellos se contiene.


Atravesando sucesivas naves, puedo admirarme con la belleza y grandiosidad de las gigantescas representaciones expuestas allí. Colosales tallas en madera pintada, en mármol o en oro representan a Buddha y a los reyes celestiales. 
Entre una y otra nave, grandes incensarios ocupan lugares privilegiados reuniendo a peregrinos y visitantes, para hacer sus ofrendas de incienso y pajaritas de papel dorado que serán lanzadas al fuego purificador.
Tres barritas de incienso deben ser dedicadas como ofrenda a Buddha.

De vez en cuando, veo como algún visitante se aproxima a unas enormes tinajas de bronce que ofrecen unas estrechas aberturas a las que, estos visitantes, dirigen sus lanzamientos de monedas buscando llamar así la buena suerte.

El sigiloso caminar de los monjes vistiendo sus túnicas color naranja, me hace tomar conciencia del valor espiritual que, de modo intenso, se concentra en este recinto. 

Cada pabellón es custodiado por uno de estos monjes, garantizando así el respeto que se le debe.

De entre todas las salas, resulta especialmente impactante el Pabellón Falun en el que, sobre un trono elevado, una talla perfecta representa al fundador de la secta del bonete amarillo; Tsongkhapa. La imagen es escalofriante.

El Templo de los Lamas es el más espectacular complejo monástico de Beijing. Construido en el siglo XVII, combina motivos de estilo han, mongol y tibetano.

Aun no he comido pero, a pocos metros se encuentran las Torres de la Campana y del Tambor. 
Allí me dirijo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario