jueves, 18 de agosto de 2011

El Placer de Perderse por Beijing

Durante el trayecto a pie, me recreo contemplando las escenas cotidianas que se producen en cada callejuela y en cada rincón. Me deleito con los olores y sonidos, con el ir y venir de gente; caminando, en bicicleta, en moto o en rickshaw. 


En mi recorrido me interno en los barrios tradicionales. Sus construcciones, llamadas Hutong, son antiguas casas tras cuyos muros se esconde un tranquilo patio interior. En épocas imperiales, estas casas eran propiedad de los funcionarios que trabajaban para el emperador. Muchos de los Hutong, son ahora ocupados por gente humilde, otros han sido reformados y han sido convertidas en auténticas mansiones. Me encanta sumergirme en las profundidades de los lugares que visito y hoy está siendo un día repleto de sensaciones y vivencias.



Finalmente llego a la Torre de la Campana y, tras ella, separada por una pequeña plaza, se encuentra la Torre del Tambor. Ambas torres enfrentadas custodiando la pequeña plaza de un barrio humilde en la que solo se escuchan las voces de niños riendo y correteando.


Me animo a subir a lo alto de la Torre de la Campana para contemplar las vistas. No merece la pena. 
Tan solo resulta interesante poder ver la enorme campana que allí se alberga.


Las 15:30 horas y aun no he comido. Lo cierto es que tengo tanto que ver que aun no he podido pararme a pensar en la comida. El calor y la humedad que se soportan son brutales y son los que me hacen necesitar un lugar donde descansar para refrescarme, secar mi sudor y beber una cerveza helada. Con intención de pararme en el primer lugar que vea,... y que reuna unas mínimas condiciones de higiene, me echo a andar en dirección al sur. No se donde voy, solo se que por el camino algún lugar se me presentará para saciar mi sed y permitir reponerme del calor y el cansancio.


Saliendo del pequeño barrio de las Torres del Tambor y la Campana y de los callejones flanqueados por tradicionales Hutong, me encuentro con una gran avenida. 
Aun no lo he mencionado pero, cruzar la calle en China es todo un alarde de valentía o de poco aprecio por la vida. Hay señales de tráfico, si. Hay semáforos, si. Hay, incluso, pasos de peatones, si. Pero todo esto no sirve de mucho si conductores y peatones circulan como si todos estos elementos que regulan la circulación no existieran. 
Estar frente a un paso de cebra y comenzar a cruzar cuando el semáforo de peatones se pone en verde, es jugarse la vida. Has de mirar a izquierda y derecha, incluso, debes controlar las motos y bicicletas que se mueven a tu espalda, sobre la acera. Pero si esperas que los coches se detengan,.... jeje, vas listo. 
La técnica a utilizar es la siguiente; contempla el tráfico y cuando te armes de valor, lánzate a la calzada y aprieta los puños rezando lo que sepas para pasar por entre motos, coches y camionetas confiando en que estos te esquiven. Suele dar resultado.


Inmerso en mis pensamientos, descubro un callejón que presenta una animación fuera de lo habitual. Un tradicional arco de madera decorado con vivos colores da entrada a esta estrecha calleja. En el quicio de la puerta, sentado en el suelo, un anciano ciego toca un instrumento de cuerda al tiempo que deja escapar de su garganta chirriantes sonidos.




Pequeños comercios llenan uno y otro lado de la callejuela. 
Sin saberlo, acabo de entrar en la zona de Hou Hai. Una calle comercial que conserva la estética y costumbres tradicionales. El ambiente que se respira es fascinante.
Artesanía de todo tipo, ropa, complementos,... un sinfín de tiendas reclaman la atención de multitud de visitantes que se agolpan para entrar en ellas y regatear el precio de sus mercancias.


La calle es preciosa y la actividad que se vive en ella es espectacular.
Alzando la mirada, descubro asombrado, que sobre las tiendas hay decenas de terrazas de bar que, con cómodos sofás y amplias pérgolas o sombrillas, me ofrecen el refrescante descanso que tanto necesitaba hacía unos minutos.
Me siento tentado a subir a una de las terrazas pero, el lugar me resulta tan seductor que, no puedo perder ni un segundo. Debo recorrerlo todo. Debo visitar palmo a palmo cada rincón de Hou Hai


Desviándome por una de las callejuelas adyacentes, descubro un enorme lago. Las vistas son espectaculares y el lugar ofrece una enorme zona de recreo para bañistas, barcas de paseo y patines de pedales que flotan sobre sus aguas.
Un precioso puente de pequeñas dimensiones permite cruzar un estrecho en el lago, allí donde este se convierte en canal.


A lo largo del canal, decenas de bares de modernos diseños han sacado a la calle coloridos sofás que llenan las aceras invitando a sentarse. Los relaciones públicas me animan a disfrutar del lugar, de su música y de la happy hour al tiempo que te invitan a presenciar la actuación en directo que hay programada para esta noche.
Música occidental y un ambiente moderno pero diferente a lo que pueda verse en cualquier otro lugar del mundo. El ambiente es relajado y muy agradable y como estamos en la happy hour,... me dejo convencer para sentarme un rato, descansar y beber esa cerveza fría que tanto necesito.


Junto a mi puedo ver el atardecer, el sol mojando su panza en las aguas del lago y su reflejo en el canal. La música de los Beatles me acompaña mientras el primer trago de cerveza se desliza por mi garganta refrescando todo mi cuerpo. Apoyo mi espalda en el respaldo del sofá y me tomo unos segundos para tomar conciencia de donde me encuentro. Hago un repaso mental de todos los lugares que, hasta ese momento, he visitado y me doy cuenta de lo afortunado que soy.


Una nube de rickshaws cruza la calle con sus remolques cargados de turistas vociferantes. 

Aun me queda alguna de esas visitas irrenunciables. Tengo que visitar el Palacio del Príncipe Gong que, aunque se que se encuentra próximo a la zona, aun no he sido capaz de averiguar donde está.
Acabo de darme cuenta de que hoy no he comido pero, como ya no tengo hambre, decido dedicar mi dinero de la comida a disfrutar de otra cerveza en aquel relajante lugar.


Aprovecho este paréntesis para revisar mis fotografías, actualizar mi diario de viaje y entablar conversación con uno de los camareros del local. Yo no hablo chino y él no habla ni español ni inglés pero aun así, nos hemos entendido.
Al preguntarle por el Palacio del Príncipe Gong, se ha ofrecido amablemente a conducirme hasta él. Me informa de que el Palacio cierra sus puertas a las 16:00 horas por lo que, deberá ser mañana cuando lo visite. Evidentemente su amabilidad tiene un precio que yo ya no estoy dispuesto a pagar, por lo que me comprometo a volver mañana para realizar la visita pero con la certeza de que no necesitaré sus servicios como guía.


Pronto anochecerá y tengo la intención de regresar al hotel caminando. Quiero volver a bordear el foso de la Ciudad Prohibida para hacer fotos nocturnas y quiero visitar, nuevamente, Wangfujing con sus puestos de comida y su calle peatonal repleta de centros comerciales. 

Hoy he disfrutado mucho del día y he podido perderme por Beijing descubriendo lugares asombrosos.

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